Decidir es difícil. Decidir lo que nos hará felices, mucho más difícil todavía, pero no desistamos. En este post averiguaremos qué complicaciones aparecen cuando queremos sacar partido a nuestras decisiones. ¿Me gustará ese helado de mango? ¿Es mejor un coche espacioso o uno fácil de aparcar? ¿Disfrutaré más de estar en la playa o en la montaña?
Cuando nos planteamos qué decisión nos parece mejor para nosotros cometemos errores: fallamos cuando queremos predecir qué decisión maximiza nuestra felicidad porque existen ciertas dificultades cognitivas a la hora de predecir que nos satisfará más.
Índice de contenidos
Sesgos de ilusión
Fallamos en predecir el placer de nuestras experiencias, caemos en ilusiones y sesgos que distorsionan la realidad de lo que esperamos. Tenemos dificultad para estimar cuanta ‘felicidad’ obtendremos de cada decisión que tomemos. Entiéndase felicidad en su sentido más laxo. En este post será sustituible por satisfacción, bienestar subjetivo, mejora de la experiencia o agradabilidad.
El impacto sobreestimado
Uno de los sesgos más estudiados es el impacto sobrestimado. Habitualmente se sobrestima la duración e intensidad de las emociones de un evento.
En efecto, creemos que la emociones que nos provocará algún evento son más intensas de lo que realmente serán. Es un efecto que vimos en anteriores post, la focalización excesiva, tendemos a fijarnos en la parte más saliente del evento y minorizamos otras partes que puedan atenuar el efecto, es decir, vemos la montaña en vez de los valles.
Nada es tan importante en nuestras vidas como en el momento en que pensamos en ello, en la experiencia en si es mucho más rica que la imaginada a priori.
Además de la focalización, otro factor que causa este impacto sobrestimado es que la excesiva racionalización de nuestras acciones dificulta aprender de los errores.
Dar una explicación convincente y racional para defendernos de nuestros fallos.
Inmunidad a la negligencia
Es conocido como ‘inmunidad a la negligencia’: la infinita capacidad de los humanos para no admitir un error y sobrellevar estados afectivos negativos dando una explicación que nos da la razón: “No me han elegido presidente de la clase, pero mejor total no me apetece estar más tiempo del necesario en el recinto escolar”.
Cuando es el cuerpo el que ‘manda’, es decir aquellas decisiones que el estado corporal tiene un peso importante, por ejemplo el hambre y comer, la excitación sexual y tener relaciones… la proyección es un efecto bastante curioso. Hacemos predicciones sobre la felicidad que nos supondrá una decisión basada en nuestro estado actual, proyectamos nuestro estado corporal al futuro para determinar esa felicidad esperada.
Si acabamos de comer, nos parece que el delicioso desayuno de mañana no estará tan rico como antes de nuestra comilona. La realidad es que no será así, mañana por la mañana si eres como yo te despertarás con mucha hambre y la valoración del desayuno de repente será muy buena. Habitualmente (en mi caso al menos) suele funcionar al revés así qué… ¡No hagáis las compras con hambre!
¿El mejor indicador del futuro es el pasado?
Siempre queda mirar al pasado para predecir el futuro. Tomamos como referencia eventos pasados para evaluar acontecimientos futuros, lo mismo ocurre cuando queremos predecir nuestra satisfacción futura. ¿Pero qué ocurre cuando la memoria falla? La memoria humana no es como la del ordenador que usa para leer este post. Si bien ambas tienen un soporte físico, la memoria del PC ‘recupera’ información mientras que la memoria humana ‘reconstruye’ el suceso.
En un estudio bastante curioso propuso a sujetos que mantuvieran la mano en un barreño con agua muy caliente.
En una condición el sujeto pasaba poco tiempo pero retiraba la mano del barreño de repente y en la otra se iba introduciendo agua fría poco a poco cosa que lo hacía durar más.
Cuando se preguntaba por qué situación preferían (poco tiempo pero con final abrupto o más tiempo con final suavizado) los sujetos prefieren sistemáticamente la versión más larga que implica más sufrimiento pero que finalizaba mejor. Es un efecto donde el final de la experiencia está sobrerepresentado.
Recuerda un poco a cuando en una relación se rompe, que la valoración final de la misma suele ser mala pues este final poco placentero queda ‘por encima’ de mucho tiempo bueno pasado juntos. La memoria no es lo que pasó, es lo que recuerdas.
En resumen, para optimizar nuestro bienestar tenemos que estar seguros que no estamos cayendo en alguna trampa cognitiva que nos lleve a estimar que nuestro bienestar será diferente al que pronosticamos.
Ya sea por sobrestimar el impacto e intensidad de las emociones por nuestra focalización y inmunidad a la negligencia, hacer proyecciones basadas en estados actuales (y no futuros) o caer en las trampas de la memoria. Tengan cuidado ahí fuera, pero no olviden de lo que pasa aquí dentro.
Bibliografía:
Hsee, C. K., & Hastie, R. (2006). Decision and experience: why don’t we choose what makes us happy? Trends in Cognitive Sciences, 10(1), 31–7. doi:10.1016/j.tics.2005.11.007